martes, 22 de octubre de 2013

Lunares

Tenía catorce más o menos, estaba en la fila del cine con mi familia, vi a esta chica y me quedé pasmado. Era hermosa, la hubiera amado con locura, como nadie la ha amado hasta hoy. Algo en ella me resultaba familiar, fuimos compañeros en el kínder, pensé, o nos cruzamos por un instante en cualquier lado, hasta hoy no estoy seguro si la conocía de antes. Lo importante es que en ese momento ella era lo más bello que yo había visto. Tres minutos y recordaré su rostro por siempre. El lunar bajo los labios, las cejas pobladas, ojos profundos y transparentes, negros, los pequeños senos y las nalgas, las piernas, curvaturas tan precisas, tan naturales, música en fractales, ¡parecía una sinfonía! Ahí estaba la verdad, y a la mierda con toda la civilización. Ese día dejé de creer en pendejadas.

Otra vez con mi familia, en el coche, rumbo al examen para la preparatoria. Un viejo Ford verde a la izquierda de nosotros, en el asiento del copiloto viaja un pedazo de belleza, lo conduce un gordo malencarado. Ella me mira, coqueta, soy una idea en su mente, la posibilidad de la primera historia romántica, no me molesta, es mi cumpleaños, tengo una erección. Jessica le va bien, le regalo flores, follamos todas las noches, todas las tardes. Su cuerpo es un país para perderse, un viaje alucinante, cuento sus lunares, treinta.

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