lunes, 16 de junio de 2014

Cenizas

He quemado todos mis poemas muchas veces, los que tenga a la mano, algo me dice que ahí es a donde pertenecen. Una tarde, en la playa, dos libretas: crujía la madera al viento, la cabaña entera crujía, por los mínimos resquicios se colaban torres de luz que mostraban un microcosmos de polvo y partículas en eclosión; yo estaba solo, en ese momento nadie me amaba. En una mesa descansaban unos cigarros y mis cuadernos – eran un testimonio inocente de mi decisión de dejar este mundo, empezando por este país – y por supuesto, una caja de cerillos.


Hay algunos que persiguen la verdad, otros la felicidad, o la comodidad, yo persigo la belleza, si veo la ocasión de un festín estético me lanzo como una bestia poseída, tirando todo lo que esté a mi paso, y engullo ese pedazo de belleza hasta atragantarme. No podía dejarlo pasar, salí, el pueblo seguía ahí: encendí un cigarro, y otro cerillo; palabras dadas al fuego, asegurándose un lugar en el otro mundo las brasas salpicaban espermatozoides fulgurantes que habían venido a este preciso espacio del universo sólo para arder un instante. Historias y poemas, diarios, consumidos por el fuego. Lo he hecho muchas veces, y no pienso dejar de hacerlo. De cualquier forma en este mundo hay un exceso de palabras, la música sobra, todos deberíamos de callarnos un instante. Con un poeta por generación bastaría, y lo demás al fuego. 

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